Queremos compartir con todos vosotros el maravilloso relato que escribió Mar del Rey inspirándose en la realidad de las personas con discapacidad severa y sus familias. Nosotros lo disfrutamos recitado por ella misma en nuestro Té Solidario. Os recomendamos su lectura así como echar un vistazo al resto de obras de Mar, estamos seguros de que os van a encantar.

«Un mar de vida»  

Mamá empezó a decir que tenía un mar dentro por los mareos, ella jamás se había mareado, ni en coche, ni en avión, ni con las alturas, ni en esos ferris que parece que escalan las olas. 

Hasta que quedó embarazada, la tripa le creció mucho desde el principio. ¿De cuánto dices que estás? Le preguntaban y ella decía de dos meses o de tres y todos le contestaban pues vaya tripón para ser tan pronto y ella sí, llevo el océano dentro. 

La tripa siguió creciendo y creciendo y creciendo y ella al andar se escoraba a babor y estribor y cada día le acompañaba esa sensación de mareo perpetuo. Se acostumbró rápido: sólo tengo que pensar que navego, decía, y así es mejor. 

Estaba feliz con la travesía, sabía que era por él. Tenía claro que sería un “él” por eso se negó a hacerse ninguna ecografía, nos veremos las caras a su debido tiempo. 

Lo mejor era la noche cuando mamá se echaba en el sofá y descansaba en silencio mirando la luna, entonces él le cantaba bajito, ella le decía a Papá, ¿escucha, no oyes? Y Papá le decía que no, que no oía nada, es una voz que sale atravesando mucha agua, fíjate bien. 

Ella le cantaba de vuelta y así pasaban horas y horas. 

Nadie se dio cuenta, de que cuando rompió aguas, un mar le salía de dentro, las olas inundaron el quirófano, batieron contra las puertas y se extendieron por toda la planta. A la tarde los de la limpieza barrieron toneladas de sal, algún trozo de coral y tres estrellas de mar. Nadie se dio cuenta porque de dentro de Mamá además de salir ese océano que había navegado, salió una cola. 

Tenía forma de un corazón azul marino, luego vinieron la aleta derecha y la izquierda y después la espalda lisa y brillante hasta llegar al morro. 

Mamá preguntó ¿está bien? El quirófano inmóvil respondió con silencio, sólo la matrona que llevaba cientos de partos a sus espaldas, se lo quitó de las manos del médico y le dio un cachete igual que con los otros niños. 

El bebé inspiró, después emitió un canto tan dulce, que todos los allí presentes se giraron hacia él conmovidos. La matrona obedeciendo a ese baile ancestral, le envolvió en una toalla suave y se lo entregó a Mamá. Ella reconoció la voz que tantas noches había escuchado, le miró y se perdió en esos ojos azul abisal que tanto le recordaban a los suyos 

Tenía claro el diagnóstico del médico antes incluso de entrar en la consulta. No le extrañó que, sin dar los buenos días, la mirara de frente y formulara sin rodeos: “Su hijo ES una ballena” y ella contestó, “lo sé, también ES mi hijo”. Él continuó su discurso científico, con la distancia que da el miedo: será mejor que no se vincule mucho con la criatura, ¿quiere decir con mi hijo? Nadie sabe qué puede pasar en una situación así. 

Mamá se imaginó un cordón umbilical como una amarra que tenía que soltar y se le hacía larga y larga y larga ¿cómo soltarla sabiendo que tú estabas al otro lado? 

Por un tiempo se alejó, no conseguía entender, jamás soltó la amarra. Luego empezó a tirar para volver a tu lado. Aprendió que tu ritmo es lento y tus necesidades grandes como tú. Hacen falta muchas manos para mover una ballena. 

Empezaste a crecer sano y fuerte. En casa te movían con cuidado con ayuda de un carro especial, te encantaba que te movieran, que te tocaran, que te llevaran al fisio para estirarte y también las caricias y los besos. 

Por la mañana te despertabas temprano cantabas esas canciones antiguas y la casa entera vibraba con tu canto de ballena. Si todavía no había salido el sol, tu habitación se teñía de azul y las estrellas del cielo se volvían estrellas de mar. 

Los fines de semana llegaba tu plan favorito, montar en bicicleta, cualquier ballena ama la velocidad, correr y saltar. El viento en la cara, mamá dando pedales y tú riendo, hasta perder la respiración. 

Y así la vida ya estaba bien, tenías el cariño y los cuidados y el cole y los amigos y Papá y Mamá. Entonces llegaron tus primeras vacaciones en familia en la playa de San Juan. Todos compartimos el agua, cuando te metimos dentro te volviste ligero, movías las aletas, salpicabas con la cola. Reías, reíamos juntos y todos nos volvimos ligeros.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies