La Navidad nos ha traído este precioso regalo de la mano de nuestra querida Mar del Rey, que ha escrito este emocionante cuento dedicado especialmente a todas las familias de la Fundación.

Un mar de vida

Nadie se dio cuenta de que le salía un océano de dentro. Cuando rompió aguas, las olas se extendieron por el quirófano, batieron contra las puertas e inundaron la planta. A la tarde los de la limpieza barrieron toneladas de sal, restos de arrecife y tres estrellas de mar. Nadie se dio cuenta porque de dentro de Mamá salió una cola azul marino, luego vinieron la aleta derecha y la izquierda, la espalda lisa y el morro.

Mamá preguntó ¿está bien? El quirófano respondió con silencio, sólo la matrona con cientos de partos a sus espaldas, le dio un cachete igual que hacía con los demás. El bebé tomó aire y no lloró, sino que emitió un canto tan dulce, que todos los presentes escucharon conmovidos. La matrona obedeciendo a un baile ancestral, le envolvió en una toalla suave y se lo entregó. Ella le miró y se perdió en esos ojos azul abisal que tanto le recordaban a los suyos.

No le extrañó que el médico, sin dar los buenos días, la mirara de frente y formulara el diagnóstico:  – Su hijo ES una ballena.

Ella contestó: – Lo sé, también «ES mi hijo”.

Él continuó su discurso con la distancia que da el miedo y le aconsejó que no se vinculara mucho con “la criatura”:  – ¿Quiere decir con mi hijo? 

Mamá se imaginó un cordón umbilical como una amarra que tenía que soltar y se le hacía larga, larga, larga ¿cómo soltarla si tú estabas al otro lado?
Por un tiempo se alejó, no conseguía entender, aunque jamás soltó la amarra. Un día empezó a tirar para volver a tu lado. Aprendió que tu ritmo es lento y tus necesidades grandes como tú.

Empezaste a crecer sano y fuerte. En casa te llevaban con un carro especial, te encantaba que te tocaran, que te movieran las aletas y sobre todo las caricias y los besos. Por la mañana te despertabas temprano, cantabas canciones antiguas y la casa vibraba con tu canto de ballena. Si todavía no había salido el sol, tu habitación se teñía de azul y las estrellas del cielo se volvían estrellas de mar.

La casa se quedó pequeña, tenías que doblar la cola para que no se saliera por la ventana del salón, había que ladearte para entrar a las habitaciones y el morro te asomaba por la ventana de la cocina. No había forma de sacarte, hasta que un día la solución vino sin pedirla: una brizna de polvo te cayó en el espiráculo y estornudaste. El tejado salió volando, las paredes se desmontaron igual que la caja de un mago. Cuando mamá llegó del trabajo, se encontró la casa deshecha y a ti muerto de la risa. Estuvo intentando entender qué había ocurrido, hasta que se rindió y se tumbó a tu lado. El cielo estaba repleto de estrellas. Empezaste a cantar la canción que llevabas repitiendo desde pequeño. De repente ella entendió tu mensaje: “Llévame libre y salvaje, llévame hasta el mar”.

Claro, daba saltos de alegría, eso es lo que querías decirme, he sido tan tonta. Pero, ¿cómo llevarte?, ahora ni siquiera tenemos una casa. Tú seguiste cantando y ella se tumbó a mirar las estrellas. Entonces vio el carro de la Osa mayor arriba en el cielo. Por la mañana Mamá se puso manos a la obra, alguna gente se acercaba a preguntar, la mayoría se sorprendía, ¿cómo iba un carro a soportar tu peso? El mar no estaba cerca y tú eras muy grande. Ella no se dejaba amedrentar y continuaba organizando los restos de la casa para el montaje. También llegaron otros vecinos, esos preguntaban en qué podían ayudar. Casi sin daros cuenta, estuvo terminado.

El día del viaje unos fueron llamando a otros. Hacen falta muchas manos para mover una ballena. Sentiste sobre tu piel suave el contacto de cada persona y a la de tres, te subieron al nuevo carro.

Feliz, empezaste a cantar, ellos empujaban al son de tu melodía. Cuando os acercabais a los otros pueblos, os escuchaban de lejos y la gente salía a recibiros y a tomar el relevo.  Mamá iba a la cabeza, mirando hacia adelante, parecía que desde el inicio del viaje era capaz de ver más allá del horizonte.
Llegasteis al atardecer. Mamá te dijo: el mar. Os llevaron hasta la orilla, así se llama el inicio del mar o el final, según se mire. Los que os habían acompañado, se marcharon, pasaban por delante de ti, te hacían un gesto, una seña, te acariciaban. Hasta que os quedasteis los dos solos a esperar a la marea.
Mamá estaba en silencio, cuando el mar le mojaba los pies, comenzó a quitarte con cuidado las cintas que te sujetaban. Tu lomo azul, inmenso y brillante quedó al descubierto. Ella te roció con agua de mar, por primera vez sentiste el sabor salado y te supo a casa.

La marea siguió subiendo, de repente notaste una sensación extraña, de falta de sostén, el carro había quedado por debajo de ti, ¿era vértigo? Entonces comprendiste, flotabas, mamá ya no estaba a tu lado sino de pie en la orilla, sus pies descalzos en el agua de mar. Te cantaba, las manos en el corazón, sonreía, aunque podías ver las lágrimas cayendo por sus mejillas.

El mar te atraía, las olas movieron tus aletas y por primera vez te diste cuenta de que te respondían, moviste izquierda, derecha, derecha, izquierda. Sentías el corazón latir desbocado en tu pecho, cada vez estabas más lejos. Ya ni siquiera la oías aunque sabías que seguía cantando.
Cuando tu horizonte era azul marino, te volviste y de un fuerte impulso, tu cuerpo voló por el aire y la viste por última vez.

Por Mar del Rey.
Ilustración cedida por Lucia Paniagua

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